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Contos ó carón da Lareira (Cuentos al lado del Hogar)

Contos ó carón da Lareira

Los personajes de este relato son ficticios así como los pueblos, no así los relatos, que los oí contar muchísimas veces a las gentes de los pueblos de este Concello de Viana
Después de llenar los chorizos y colgarlos en los palos que para ese fin estaban colgando del techo , encendieron el fuego para ahumarlos, era hora de sentarse alrededor de él para echarse un cigarro. José abrió la petaca, sacó unas cuantas hebras de tabaco y el papel de liar, lió uno y lo pasó a Juan, viniendo a repetir la misma operación para hacer el suyo.

Yo estaba embelesado mirando el fuego, las llamas subían y bajaban como si estuvieran bailando, eso hacía que mi vista no se apartara de él. Se notaba un calor que subía por el cuerpo dando una sensación muy agradable, fuera se oía el sonido del viento silbar entre las piedras, algún perro aullaba en la lejanía, era una noche cerrada de invierno.

Levanté la mirada del fuego, ya estaban fumando, la bota pasaba de mano en mano, se iba aminando la conversación, era el momento que más me gustaba a mí de esas reuniones, cuando se empezaban a contar historias de juventud, de su mocedad, la calor del fuego junto con el vino iba animando a los que estaban presentes. Mi juventud aún no me permitía fumar ni beber, aunque me metía un palo pequeño en la boca y hacia que fumaba, el vaho que salía de mi boca ayudaba a mi imaginación. 

Había un silencio profundo, todos mirábamos para el fuego pensativos, de pronto se escuchó

El otro día los mozos del pueblo.

Todos levantamos la cabeza y nuestras miradas convergieron en Juan, que seguía hablando.

Nos juntamos por la noche en la cantina, entre cuentos, risas y animados por el vino, se nos ocurrió una broma que esa misma noche llevamos a cabo.

Después de apurar otro trago de vino siguió explicándonos.

Era una noche cerrada de esas sin luna, que espanta al más valiente. Los vecinos del pueblo dormían apaciblemente en sus casas, cuando a la media noche, más o menos, empezó a tocar la campana de la iglesia de una forma seguida pero ningún vecino lograba saber lo que quería decir su sonido. En realidad no era ningún toque de los que ellos conocían.

Ante la insistencia de los toques, los vecinos empezaron a ponerse nerviosos saliendo de sus casas, mirándose extrañados unos a otros, acudiendo una mayoría de ellos a ver qué pasaba en la iglesia, mejor dicho en su campanario.

El estupor fue unánime: allí no había nadie, pero la campana por unos instantes siguió sonando sola. Los vecinos se miraban y no salían de su asombro, estaban todos al lado de la iglesia, cuando una voz dijo gritando.

Mirar allí

Señalando al mismo tiempo hacía las montañas que se veían por la parte de atrás de la iglesia, todos los vecinos como si un resorte los empujara giraron la cabeza y vieron que donde señalaba el que dio la alerta se veía una luz lejana. Después de los primeros momentos de incertidumbre los vecinos empezaron a comentar.

Están prendiendo fuego.

Pero casi sin dejarles acabar la frase la luz se apagó, se miraron todos, cuando se oyó gritar.

A la izquierda

Todos volvieron la cabeza y vieron otra luz que salió de repente a la izquierda de la otra, como a unos tres o cuatro kilómetros en lo alto de otra montaña. Antes de que pudieran reaccionar ésta también se había apagado.

Los vecinos ya no sabían que decir, ni qué hacer ni para donde mirar, cuando se dieron cuenta que por la parte de abajo del pueblo se encendía otra luz, pero ésta al contrario de las otras bailaba de izquierda a derecha, apagándose al poco rato. Ya empezó a haber rumores de todo tipo.

Esto no es normal.

Es cosa del demonio, fuego no puede ser.

Serán espíritus.

Pero antes de darles tiempo a hacer más conjeturas, apareció otra luz ahora por su lado derecho, se dieron entonces cuenta de que las luces habían rodeado el pueblo.
Ya empezaban a aparecer los nervios, lo que sucedía no tenía sentido. Esta última luz, al igual que las otras, se había apagado, pero antes que pudieran salir de su asombro se volvió a encender la de arriba, se apagó, encendiéndose a la izquierda, se apagó, así se iba sucediendo en los cuatro costados del pueblo como si alguien fuera corriendo con una luz alrededor del pueblo, pero era imposible, quién podía ir corriendo tan rápido, ya no había duda: era cosa del demonio o de los espíritus, pero qué querían, qué buscaban, los vecinos ya con más miedo que otra cosa, no sabían qué hacer o qué decir.

Las mujeres más mayores se santiguaban y rezaban. Después de un rato que les parecieron horas el fenómeno cesó, pero la gente no se atrevía a marchar para sus casas, todo eran comentarios y suposiciones. Al fin, algo por el miedo y algo por el frio de la noche, se fueron a sus casas sin saber que era lo que había pasado, los más esa noche no pegaron ojo.

Qué había pasado Juan, preguntaron todos.

Qué carallo iba pasar

Varios mozos planeamos la broma, unos pusieron una cuerda en la campana sin que se viera y desde lejos la tocaban, otros cuatro rodearon el pueblo con haces de paja y le prendieron fuego, poniéndose de acuerdo que mientras uno lo tenía hacia arriba para que hiciera llama los otros los tenían para abajo para ocultarla, cuando el primero lo bajaba para ocultar la llama el siguiente lo subía para encenderla, así sucesivamente.

Los otros se habían mezclado con los vecinos para dar los gritos de alarma.

Aun hoy, cuando se habla de ese día, las más ancianas se persignan.

Se hizo otro rato de silencio, el viento había parado, pero a través de los cristales se veía como estaba empezando a nevar. Alguien removió las brasas para avivarlas y todos empezamos a toser.

Tu aún cazas preguntó José.

Cómo ostias voy a cazar después de lo qué me pasó.

Contestó Pancracio. Me marché de caza hace tres domingos, de buena mañana, andando por el monte oí un ruido entre las huces, me paré, me quedé muy quieto, cargué la escopeta y esperé. Entonces de entre ellas salió un zorro, estaba a unos ciento cincuenta metros, me llevé la escopeta al hombro, disparé el primer tiro y el zorro como si nada, ahí seguía mirándome fijamente, volví a apretar el gatillo y disparé el siguiente tiro, él seguía mirándome, hasta parece que tenía una risa burlona en la boca. Abrí la escopeta con la intención de cargarla, entonces oí una voz que me dijo.

Vámonos para casa que estamos haciendo el tonto aquí.

Miré para todos los lados, allí no había nadie, solo el zorro que con una risa burlona se iba marchando tan tranquilo.

Caso el que me paso a mí, dijo Antonio.

Llevaba el jabalí varios días entrando en la huerta de mi suegra, ayer noche estuve cenando en casa de ella, al acabar de cenar, mi cuñado dijo.

Teníamos que ir a ver si cazábamos el jabalí que viene por la noche a destrozarnos la cosecha

Así lo hicimos, pusimos unos focos atados a las escopetas y con la idea de darle caza, marchamos para la huerta, íbamos en silencio escuchando los ruidos de la noche, al llegar, en los lindes de ella hay dos castaños, allí nos sentamos apoyados con la espalda contra él, nos quedamos en silencio esperando oír algún ruido que nos delatara su presencia, no se escuchaba nada, el silencio era total. Después de un rato empezamos a escuchar un sonido que se oía cerca de nosotros, un sonido como de pasos pisando las hojas del suelo, tan pronto se oía cerca cómo se oía lejos, estuvimos un buen rato escuchando sin hablar, al cabo de un rato me dijo el cuñado.

Anda ahí, qué hacemos.

No sé conteste yo.

Vamos a esperar un rato más, dijo él, a ver qué hace.

Así pasó media hora o más, allí seguíamos sentados sin ni siquiera atrevernos a encender los focos, las pisadas seguían oyéndose alrededor nuestro. Ya con más cansancio que miedo decidimos encender los focos, no se veía nadie pero el ruido seguía, al final nos dimos cuenta que era el agua del rocío que caía de las hojas del castaño encima de las hojas que había en el suelo. Nos miramos como dos tontos.

Vamos para casa, esta noche no creo que venga, dijo él.

Empezamos a andar para casa y durante el camino no hablamos ni palabra.

Todos arrimábamos de vez en cuando las manos a las brasas para calentarlas. Yo seguía con mi cigarro imaginario que tenia sus ventajas, una era que me duraba toda la noche, de vez en cuando le pegaba una chupada al palo y echaba el humo imaginario para fuera, seguíamos todos al calor del fuego.

Jesús, estirando las piernas, miró a los chorizos colgados y el humo que nos envolvía.

Habéis oído lo que pasó el otro día en Ravelo.

Dijo él, a lo que todos contestaron casi al unísono.

No, -qué paso- preguntó José.

Os lo voy a contar

Dijo Jesús como si le fuera la vida en ello, volvía el Antonio junto con otros mozos del pueblo de la fiesta de Castromouro, en mitad del camino cuando regresaban andando todos juntos a él le dio un apretón, dijo a sus compañeros, ir tirando que ya os alcanzaré, iba bastante alegre a causa del vino que había tomado, se arrimó a unas xestas, se bajó los pantalones, se agachó para evacuar lo que le sobraba y cuando se levantó casi se cae, pero consiguió recuperarse, empezó a andar como pudo tropezando varias veces, al girar en un recodo del camino dio un traspiés y notó que alguien le agarraba el jersey por la espalda, dio un pequeño salto por el susto, enseguida gritó.

No me hagas nada, te doy todo lo que llevo.

Quedó tan paralizado por el miedo que no podía girarse, tanto era el susto que él seguía rogándole por su vida. Así pasaron horas hasta que empezó a clarear el día, entonces haciendo fuerzas de flaqueza y a pesar del miedo que sentía giró un poco la cabeza mirando por el rabillo del ojo, no vio a nadie, intentó entonces andar pensando que ya lo habían soltado, pero volvió a notar que le tiraban del jersey, paró entonces, se quedo inmóvil otra vez, pero ya cansado y algo más sereno que la noche anterior decidió girarse, para enfrentarse a su agresor, al hacerlo vio que quien lo sujetaba era una silva agarrada a su ropa, dándole un manotazo se soltó y dijo en voz alta.

De menuda se ha librado que no hubiera alguien sujetándome, pues se iba a llevar una somanta de palos.

Así todo envalentonado cogió camino para casa.

Cuando acabó de hablar Jesús alguien dijo.

Serán horas de marchar para casa.

Como el vino estaba acabado y era tarde, así fue dicho y hecho.

Yo me enfadé, pero nadie me hizo caso, de todas formas pronto se me pasó, el sueño ya iba venciéndome y otras noches habría para seguir con las historias que tanto me gustaban.


DGS

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