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A todas las madres



Para todas las madres, aunque es una lastima que solo le dediquemos un día. Cuando ellas nos dedican cada segundo de su vida, se desvelan por nosotros, nos protegen, velan por nuestro bienestar, si caemos enfermos no se separan de nuestro lado.

Nos dan todo su amor y sin pedir nada a cambio, por eso yo quiero dedicaros estos poemas a las madres, aunque sea una muy pequeña aportación a todo lo que vosotras hacéis.


Y en especial dejarme dedicárselos a mi mujer, por ser esa compañera que nunca me ha fallado y ha dado y da todos su amor a sus hijos y a mi, sin pedir nada a cambio, solo un te quiero alguna vez, un beso de vez en cuando, un abrazo, una caricia o una sonrisa que la mayoría de veces ni siquiera recibe, pero ella sigue ahí.


Por tanto y tanto que nos das     TE QUEREMOS





Amor de Pablo Neruda

Mujer, yo hubiera sido tu hijo, por beberte

la leche de los senos como de un manantial,
por mirarte y sentirte a mi lado y tenerte
en la risa de oro y la voz de cristal.
Por sentirte en mis venas como Dios en los ríos
y adorarte en los tristes huesos de polvo y cal,
porque tu ser pasara sin pena al lado mío
y saliera en la estrofa, limpio de todo mal?

Cómo sabría amarte, mujer, cómo sabría
amarte, amarte como nadie supo jamás!
Morir y todavía
amarte más.
Y todavía
amarte más
y más.


Obrerito Gabriela Mistral

 Madre, cuando sea grande,
¡ay..., qué mozo el que tendrás!
Te levantaré en mis brazos,
como el zonda al herbazal.


O te acostaré en las parvas
o te cargaré hasta el mar
o te subiré las cuestas
o te dejaré al umbral.

¿Y qué casal ha de hacerte
tu niñito, tu titán,
y qué sombra tan amante
sus aleros van a dar?

Yo te regaré una huerta
y tu falda he de cansar
con las frutas y las frutas
que son mil y que son más.

O mejor te haré tapices
con la juncia de trenzar;
o mejor tendré un molino
que te hable haciendo el pan.

Cuenta, cuenta las ventanas
y las puertas del casal;
cuenta, cuenta maravillas
si las puedes tú contar...






Las Manos de Mi Madre Alfredo Espino

Manos las de mi madre, tan acariciadoras,
tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras.
¡Sólo ellas son las santas, sólo ellas son las que aman,
las que todo prodigan y nada me reclaman!
¡Las que por aliviarme de dudas y querellas,
me sacan las espinas y se las clavan en ellas!

Para el ardor ingrato de recónditas penas,
no hay como la frescura de esas dos azucenas.
¡Ellas cuando la vida deja mis flores mustias
son dos milagros blancos apaciguando angustias!
Y cuando del destino me acosan las maldades,
son dos alas de paz sobre mis tempestades.

Ellas son las celestes; las milagrosas, ellas,
porque hacen que en mi sombra me florezcan estrellas.



Para el dolor, caricias; para el pesar, unción;
¡Son las únicas manos que tienen corazón!
(Rosal de rosas blancas de tersuras eternas:
aprended de blancuras en las manos maternas).

Yo que llevo en el alma las dudas escondidas,
cuando tengo las alas de la ilusión caídas,
¡Las manos maternales aquí en mi pecho son
como dos alas quietas sobre mi corazón!
¡Las manos de mi madre saben borrar tristezas!
¡Las manos de mi madre perfuman con terneza!

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