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Blanco y Negro MV

Blanco y negro. La vida es como un tablero de ajedrez. Salen moviendo las blancas, pero eso no es más que el inicio de la partida. Las piezas negras mueven más tarde y la batalla comienza. Unas veces ganan las blancas y otras las negras. Así es la vida. Pero la vida, bien pensada, es mucho más que un tablero de ajedrez, porque el mundo no se divide en buenos y malos simplemente, sino que hay numerosos matices de por medio.

A Ramón le buscaban. Ese fue el inicio. Nos pidió ayuda. Un amigo es un amigo en todas las circunstancias. Tampoco vayáis a creer que había cometido ningún crimen, no es eso, le buscaban por su ideología política. Ramón era un periodista maldito, le habían expulsado ya de varias redacciones y le tenían prohibida la entrada en el país, pero él necesitaba ver a Ariadna, se puede entender. Raúl y yo accedimos a ayudarles, nosotros éramos pareja y podíamos comprender por lo que estaban pasando los dos al no poder verse. Pero como ya dije, ayudarle fue sólo el comienzo.
Cuando Ramón nos habló de pasar al país aquellos objetos de arte, fue ya demasiado tarde para echarnos atrás. Tampoco es que nuestra economía estuviese muy boyante por así decirlo, y se trataba de una pasta…, por más que nos negásemos Ramón no iba a recapitular. De aquella operación dependía su futuro bienestar al lado de Ariadna, y de paso a nosotros también podía caernos un buen pellizco ¿A qué negarnos? Después de todo sólo éramos unos simples ciudadanos de a pie, nada que ver con esos gobernantes corruptos que tienen a su cargo el país y tergiversan fondos por todos lados, lo nuestro en comparación era una bagatela, naderías.
La cosa se fue complicando. El día de los autos era de noche. Raúl y yo estábamos helados esperando la embarcación. Ramón nos había dado instrucciones precisas. Nos repartiríamos la carga. Cada uno de nosotros portaría una mochila. Habíamos ido con las motos. Raúl, que había tomado la moto de Ramón de casa de su madre, iba con Ariadna, y yo llevaba la moto de Raúl. Cuando llegó Ramón subió con Ariadna y quedamos en vernos a las siete de la mañana (entonces eran apenas las dos de la madrugada) con la mercancía en el Torreón –la vieja torre abandonada del extremo norte de la playa del acantilado, que hizo en su día las funciones de faro- allí estaría Omar, nuestro contacto, para hacer la transacción. Omar era un amigo de Ariadna, de total confianza a decir de ésta.
Raúl y yo nos quedamos juntos esa noche, desvelados, esperando la hora de salir hacia el Torreón. Serían sobre las cinco de la mañana cuando me sobresaltó el sonido de un móvil. Me había quedado adormilada en el sofá y al incorporarme distinguí el reflejo de la sombra de Raúl por el pasillo hablando por teléfono con alguien. Al poco entró en la sala y me dijo:
-He de salir. Me ha llamado Ramón.
-¿Adónde vas?
-He quedado con él. Vamos a llevar nosotros la mercancía. Es mejor que ni tú ni Ariadna vengáis, por lo que pueda pasar.
-¿No es Omar de total confianza?
-Nunca se sabe, niña. Tú me esperas aquí.
-¿Y si pasa algo? ¿Qué hago si no regresas?
Creo que comencé a dudar de él en ese mismo instante. Raúl estaba nervioso, se rascaba la nuca, como solía hacer en tales ocasiones. Le vi azorado cuando me respondió:
-Si no estoy aquí a las doce…es que me ha pasado algo, Sara. Haz lo que juzgues oportuno.
Sin darme tiempo a contestar se fue. Me quedé bloqueada sólo unos minutos. Después me puse en marcha. Sabía lo que tenía que hacer.
Aparqué la moto en una zona boscosa. Eran las seis y media de la mañana. Avancé hacia el Torreón dando un rodeo, por el camino más largo, que conocía de sobra de mis excursiones por la zona con mi padre cuando era una niña. No las tenía todas conmigo. A decir verdad dudaba de toda esta historia. Alguien iba a jugárnosla. Demasiado dinero a repartir. Quizá ni estarían en el torreón. Ramón y Raúl. Nos dejarían tiradas a Ariadna y a mí, a buen seguro. O quizá Ramón se hiciese con la pasta y Raúl corriese peligro…Barajaba las distintas posibilidades mientras me acercaba. Todas menos la que contemplé.
Vi la moto de Ramón aparcada en la pared de la torre. ¡Qué poca prudencia! No pude menos de pensar. Entonces vi algo más…un mechero en el suelo y más adelante… un zapato. Di la vuelta a la torre y vi el cuerpo de Ramón, echo un guiñapo, con la cabeza abierta, totalmente ensangrentada. Tuve que contener las arcadas, tapándome la boca. Me sentí mareada al regresar sobre mis pasos. Pero no me detuve, comencé el ascenso hacia la torre.
El acceso hasta lo alto del torreón pasa por unas escaleras en forma de caracol en las que cualquier sonido procedente del interior se amplifica considerablemente. Oí voces mientras subía despacio. La voz de Raúl y una voz de mujer. A las voces se unieron unos gemidos. Reconocí entonces claramente la voz de Ariadna que decía no sin cierta sorna:
-¡Pobre Ramón! Mira que caerse por el acantilado…
-No te preocupes más por él, nena. Ahora te basta conmigo.
¡Raúl! ¡El muy perro!…La rabia me cegaba y no podía pensar con claridad. ¡Se desharían del cuerpo de Ramón sin más miramientos…! De pronto tomaron forma en mi mente todos los cabos sueltos: ¡Raúl había estado liado con Ariadna desde el principio! La imagen de los dos juntos en la moto, con los brazos de ella en torno a su cintura me golpeaba.  La ayuda a Ramón fue sólo la tapadera para conseguir pasar los objetos de arte. ¿Y Omar? Seguramente ni existía. Raúl se bastaba para colocar en el mercado la mercancía… En esto iba pensando cuando  la vi. La Mochila de Raúl estaba en uno de los descansillos que componían la escalera. Fue la providencia. Raúl había movido su ficha. “Jaque” me había dicho. Pero ahora movían las negras. Abrí la mochila esperando ver los valiosos objetos pero fue mejor lo que vi.
Adentro estaba todo el dinero. Montones de dinero. Fajos de billetes. Me la puse al hombro y salí. Me llegaban sus risas mientras me iba.
“Jaque Mate, Raúl”. Unas veces se gana y otras se pierde. Tú te quedas con la chica guapa: Ariadna. Te pilló bien pillado. Tanto como para obligarte a deshacerte de Ramón. Probablemente esté pensando también en deshacerse de ti para quedarse con la pasta. Así que mira, te hago un favor.
Bien pensado, quedamos en tablas.
Nota: Este relato fue seleccionado como ganador en la convocatoria mensual de diciembre 2013 en El relato del mes (wordpress)  bajo el tema de: Blanco y negro.
Manoli Vicente Fernández

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